lunes, junio 25, 2007

somos iguales



En muchos hostales turísticos, restaurantes campestres y centros recreativos a lo largo y ancho del Perú se exponen en miserables jaulas animales exóticos, sobre todo loros y monos. Estos últimos suelen ser los más desgraciados de todos. Nada más ajeno al mono que verse privado de ir de rama en rama; arrebatado de toda posibilidad des escape; tomado prisionero y puesto a pan y camote; encerrado y expuesto a a la conmiseración, burla y crueldad del género humano.
En el Hostal El Farol de Casma no faltaban las jaulas. Tres estallaban con las vocecillas de canarios y loritos australianos. La cuarta, con dos monitos capuchinos, estaba a la sombra eterna de un árbol de mango, ensombrecida en todo sentido. En la jaula había un cartel que decía: "¡Monos muerden!". A penas se les acercaba un humano, los monitos empezaban a saltar frenéticamente, en sucesiones vertiginosas, de una reja a otra, mostraban sus dientes, hacían muecas que podían expresar cualquier cosa entre la desesperación y la infinita tristeza y lanzaban chillidos de enloquecidos. El pellejo relucía como lagunas opacas a través de su piel de color indefinido. Sus dientes eran amarillos por falta de alimentación adecuada...Pues, quiere la historia que a estos monitos les llevaba varias veces al día plátano o papaya y ellos fueron tomándome confianza y se relajaban un poco. Y hasta me pareció reconocer en sus muecas expresiones de agradecimiento. Me pasaba un rato con ellos, les hablaba bonito, etc. Pero, la verdad, la infinita tristeza aquella con la que estaba impregnada el ambiente, o mejor, que exsudaba cada elemento de esta infeliz constelación, las pringosas y ennegrecidas tablas del piso, cada sucio alambre de su prisión me hacía la estancia dolorosa. Sólo el último día me sobrepuse a la inhibición de tomarles fotos. Me encontré con tres niños, tres hermanos, haciendo capriolas delante de la jaula. Los fotografié también a ellos. Sólo después, al revisar las fotos en el visualizador de la cámara, me di cuenta de la increíble semejanza que había entre la expresión de uno de los monitos y la más pequeña de los niños.

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