miércoles, junio 28, 2006

Vereda



























Buscando "vereda" en el Diccionario de la Real Academia recordé que en España se dice "acera", y "vereda" es más bién del ámbito rural, por ejemplo la via formada por el ganado trashumante. "Trottoir" se llama en Francia, Suiza y Austria y es la palabra que más me gusta, por ser tan sonora: "donde trotan los peatones"; "sidewalk" en inglés, también llena de significados; y en alemán "Gehsteig" o, peor aún "Bürgersteig", como si la vereda fuese exclusivamente para burgueses. Para ir al grano, fue mi padre, en su reciente visita, quien me llamó la atención sobre la accidentada geografía de las veredas limeñas (en contraste a las limpias y aburridas veredas de las ciudades suizas, : algo así. En cambio las veredas de aquí son como el gran libro abierto de la ciudad, repletas de grietas, huecos, desniveles, ríos, lagos, cumbres y valles y parches con huellas, graffitis y testimonios de amor y odio, dando cuenta del paso apurado u ocioso de hombres, mujeres, niños bicis, motos, gatos, perros y extraterrestres, y, aquí y allá, matitas, bosquecillos y miniselvas, todas esas plantitas que crecen donde una grieta deja entrar la luz entre cemento y asfalto...

Nota: He dado a las fotos un contraste extremo, quizás porque se me aparecíeron como cuadros abstractos, en todo caso, fuera de su contexto. En realidad son mucho más grises, en medio de la grisura general de esta inabarcable ciudad junto al mar.

lunes, junio 26, 2006

Tierra de lobos






Fotos: Elena

Navegando por el ciberespacio di con una página que me dejó estupefacta. En personalísimos fotoreportajes una joven rusa llamada Elena nos da cuenta de sus aventuras transgresores con ecos al Stalker de Tarkowsky. (Con esa carita quién la creería capaz de semejantes extra-vagancias.) De ella no nos enteramos más de que está loca por las motos y le urge viajar a través de la "deathzone" de Chernobyl, es decir, el territorio alrededor de la zona del devastador accidente nuclear que ha sido declarado intangible. Viaja sola, equipada con un contador giger (suicida no es) por el desolado territorio, cuyo paisaje describe como de extraña belleza y donde abundan los lobos y sólo vive un puñado de campesinos viejos que se han negado obstinadamente a evacuar su pedazo de tierra rusa. Más adelante llegará a la capital de Chernobyl -una verdadera ciudad fantasma- y visitará los hogares abandonados precipiatadamente por sus habitantes hace más de 20 años -quizás el momento más conmovedor de su osado intinerario. ¿Que más? Elena es rusa, pero escribe en inglés, a veces torpe, pero nunca aburrido, siempre conciso y puntual. Y aún si uno no supiera inglés, quedan las fotos, los cuales, precisamente por no ser profesionales, parecen tan vívidos y cercanos. Haz clic en los siguientes enlaces para acceder a sus reportajes:
Chernobyl revisited
Land of the wolfes
The Serpent Wall

domingo, junio 25, 2006

Interludio en las verdes praderas de la tonteria

lion sleep tonight

OMNILIFE

(Este iba a ser un reportaje fotográfico, pero no me permitieron tomar fotos, de modo que baste con el siguiente texto)

Una señora a quien no le pude pagar un servicio debido a la aguda crisis económica en la que me encuentro, me convenció, sin duda con un gesto compasivo, de ir a una charla de una empresa que distribuye sus productos via internet y ofrece sorprendentes oportunidades de trabajo. De vendedora no tengo un ápice, pero en tiempos de crisis hay que probar de todo. Así fue como ayer, sábado, me encontré a las diez de la mañana en el Holiday Inn de Miraflores, donde en el tercer piso habían adecuado un salón para el evento. Un señor enternado y dos señoritas anfitrionas me miraron con suspicacia y me preguntaron quién me había invitado. Les dije el nombre y me hicieron pasar al ambiente en el que estaban presentes varios jóvenes acicalados, con sus carpetas y maletines, mirando un video de Shakira en una enorme pantalla. Una de las anfitrionas me ofreció un jugo color naranja con sabor a medicina, el que, después de unos cuantos sorbos, escondí debajo del asiento. Mientras tanto iba llegando más gente, señoras maduras, parejas de esposos y más jóvenes, todos muy limpios y arreglados. El señor de terno se paró entonces frente a la audiencia y preguntó con voz tronante: “¿Quién de ustedes quiere vivir sano todos los días de su vida y ganarse 3000 dólares mensuales?”. Silencio total. Nadie osó decir nada, ni siquiera levantar la mano. En fin, es el Perú, señor director, señores decanos... El señor de terno, nada sorprendido, nos miró tiernamente y dijo que era natural de que tuviésemos miedo y a continuación nos contó en un tono exageradamente jocoso y el inconfundible acento cantarin de los mexicanos, cómo su propia vida había cambiado radicalmente gracias a los milagrosos productos de OMNILIFE (pronunciado invariablemente como “Ominilay”). A una señal suya se proyectó en la pantalla la foto de un señor canoso y gordo en una playa. “¿Quién creen que es este abuelito gordo?” Preguntó. Silencio. “Pues soy yo”, gritó. “¿A que no se la esperaban, eh?. Pues sí, así fui y mírenme ahora”, y posó ante nosotros, mostrándonos su regia figura. “¿Cómo fue posible este cambio? Había sido durante 12 años un esclavo que trabajaba 16 horas al día, que sufría de estrés y sobrepeso y que estaba a punto de morir de un ataque cardíaco cuando un día se compró y tomó un jugo de color naranja y como por arte de hechizo se le fue todo el cansancio y se puso “recontra pilas”, pudiendo realizar su labor con facilidad y alegría y todavía le sobraba energía. Sus compañeros de trabajo le preguntaron entonces sorprendidos, cuál era su secreto. Y él les dijo que era gracias a un juguito. Sin embargo, muy mosca él, no les dijo dónde lo había adquirido, sino que fue, compró varios jugos y se los vendió a un precio más elevado. Así empezó todo. No tardó en interesarse por la empresa OMNILIFE y ser contratado como distribuidor internacional. ¿Qué es OMNILIFE?. Pues es una empresa que produce productos de alta tecnología, desde jugos y extractos, pasando por polvos y cápsulas hasta cremas y pastas cosméticas, basados únicamente en ingredientes extraídos directamente de la Madre Naturaleza. Son productos neta y completamente naturales que contienen todas las vitaminas y minerales que necesitamos para elevar nuestro sistema de defensa y llevar una vida sana y natural. (Se proyecta una día positiva en la que vemos a una familia sonriente en ropa sport caminando por un campo de flores, bajo un cielo azul.) “Somos lo que comemos, ¿verdad?”, tronó el señor mexicano. “Todos sabemos que vivimos en un mundo contaminado y que la comida que ingerimos a diario está tratada con químicos y hormonas que producían cáncer y alzheimer, por decir lo menos. "Pero", prosiguió, elevando cada vez más la voz, "no importa el problema que tengas... tu o tus conocidos pueden cambiar desde ahora mismo su calidad de vida. Por eso se fundó OMNILIFE, para traerte los mejores suplementos nutricionales para suplir las deficiencias en tu alimentación y poder cuidar tu salud. Cuando los conozcas, los vas a recomendar!. Los suplementos de más alta tecnología mundial están a tu alcance!!!”
Ahora bien, ¿cómo empezó OMNILIFE? (Se proyecta una tabla llena de números.) Todo empezó en Guadalajara, México, con un hombre llamado Jorge Vergara. Este hombre visionario y filantrópico se lanzó con un pequeño negocio y un solo producto (el mencionado juguito), contando nada más que con la ayuda de su querida esposa y tres empleados. Desde entonces han pasado 13 años y hoy OMNILIFE cuenta con una planta de cuchucientosmil hectáreas donde se elaboran más de 50 productos, además de 800 sucursales y 25,000 distribuidores en 18 paises del mundo. Y las tendencias siguen apuntando hacia arriba, tanto que ya importantísimas revistas de economía internacional le han dedicado artículos y reportajes de fondo.
El señor de terno da otra señal y se proyecta un video en que varias personas dan testimonio del milagroso cambio que significó para sus vidas, no solamente ingerir los productos OMNILIFE, sino de contribuir al crecimiento de la empresa, distribuyendo aquellos entre sus amigos y familiares primero, y luego en el gran mercado internacional, mejorando así la vida tanto física como emocional y económica de muchísima gente que a su vez se iba afiliando y sirviendo a la gran familia OMNILIFE. El señor de terno no pudo más disimular su entusiasmo. Y es que eso no era todo, al fiel afiliado, distribuidor y vendedor de productos OMNILIFE le esperaban aún más beneficios (otra diapositiva): bonos de producción, premios por alcanzar metas, autos, viajes en cruceros de lujo, desarrollo personal a través de escuelas para hombres y mujeres, así como invitaciones al gran festival de OMNILIFE llamado “Extravaganza” que se lleva a cabo anualmente en Guadalajara.
“Entonces”, gritó el mexicano, al borde del éxtasis total, “¿qué esperas? Únete y sé un dirtribuidor de OMNILIFE. Todos tenemos la fuerza para ser exitosos. De ti depende elegirlo. ¿Qué esperas? Miles de personas en Omnilife lo han logrado. ¿Porqué no tu también?... Sólo hace falta que te inscribas, previo pago de la suma de 101 Nuevos Soles…”
El público se sumió en un silencio apabullado y el señor de terno se apresuró a franquearlo, invitándonos a todos a formar grupos liderados por profesionales para poner fin de una vez por todas a nuestras dudas. Yo, que estaba sintiéndome cada vez más incómoda, pensando hacia mis adentros que OMNILIFE no era sino otra variante de una secta religiosa, aproveché ese momento y me acerqué a la mujer que me había invitado y le dije: “discúlpame por favor, pero sabes qué, lo único que quiero hacer ahora es salir corriendo, fumarme un cigarro y continuar con mi vida malsana.” Y así fue como perdí esta única y milagrosa oportunidad de cambiar por siempre mi destino.

miércoles, junio 21, 2006


mochero de la generación x


doña rosa


maría josé


josé carlos

eber


manuel


manuel y eber


moderna arquitectura moche 2


moderna arquitectura moche 1







cerro blanco


huaca del sol

Imaginería de un fantástico pasado


Nelson con Pallar


Pallar, hijo de Sol y Luna


Sol, ganador del 1. pewmio del concurso de perros calatos








Campiña de Moche

Contratada por una, por decir lo menos, excéntrica fotógrafa alemana (ver foto) pasé cinco días en la mítica-onírica-shamanesca y, a todas luces, fotogénica Campiña de Moche. Cinco días impregnados por los dramas desatados por del choque de culturas, todo en medio de un paisaje paradisíaco. A continuación algunas impresiones.

miércoles, junio 14, 2006

Para los interesados

Aquí va un cuento en el que traté de describir a esta inefable ciudad:

Lima, capital del Perú

La sensación de vivir en el culo del mundo se había reforzado todavía más desde que mi media hermana Carol y su marido Guus habían llegado de visita. Ellos venían de la apacible Holanda y estaban de luna de miel. Yo sería su anfitriona y guía, cosa que me ponía los pelos de punta. ¿Cómo se les podía haber ocurrido venir de luna de miel a este país inhóspito y volcado sobre sí mismo? ¿No hubiera sido más apropiado que se fueran a una isla del Caribe? Pensaba con horror en todos los peligros que acechaban al turista en este territorio minado por la astucia y socavado por la envidia, donde reinaban el caos y la desesperación. ¡Se les veía tan felices!
Sea como fuere, abracé mi tarea con gratitud. Después de todo, me permitía desviar la atención de mis problemas, hundida en mí misma como me encontraba. Pero ante todo estaba el placer de mostrar al visitante interesado esta ciudad extraña en la que yo vivía. Transmitirle mi feeling, mi apego de amor-odio a esta inacabable, gris y húmeda ciudad pegada al mar, donde jamás una lluvia benéfica lavaba la suciedad, y a la que todos coincidían en llamar La Horrible. Algo que no hubiera podido hacer con una fría descripción verbal. Tenía que poder señalar y decir: “¡Mira! ¡Siente! ¡Huele!” Así que los llevé a los puntos estratégicos, recorriendo calles y avenidas y atravesando una y otra vez la frágil frontera que separaba el Bien y el Mal. Empezamos por el Morro Solar y el Cerro San Cristóbal, para que pudieran apreciar el salvaje crecimiento de la capital y vieran, cómo se desparramaba bajo una sucia bruma hacia todos los costados, abarcando ya tres valles, devorando cerros, pantanos y tierra agrícola, hasta perderse en el desierto. Enseguida —la estridencia y el humo de un tráfico sin nombre de por medio— los conduje al recientemente remozado Centro Histórico, y les enseñé los resultados de los conmovedores esfuerzos del alcalde por sacar a la ciudad de sus tinieblas dickensianas y convertirla así en “atractivo turístico”. De paso entramos en la catedral y echamos un vistazo a los restos mortuorios del conquistador que allí se exhibían como santa reliquia, con el ánimo de que se hicieran una idea tentativa de nuestra irresuelta y morbosa relación con el pasado. Enseguida cruzamos el río, aunque la palabra «río» suene excesiva —habría que decir: cloaca, muladar, sumidero, cagadero, o sea, una zanja llena de mierda, flanqueada por los inconcebibles barracones, donde la vida no valía nada. Y los llevé a barrios antiguos donde las destartaladas fachadas de casonas de apagados esplendores rezumaban melancolía, y en cuyo interior se respiraba como una gran ausencia. Barrios donde todavía se podía descubrir uno que otro rinconcito de «la Lima que se fue» —alguna plazoleta con el busto de un insigne desconocido, a la sombra de un ficus, rebosante del chismorreo de los gorriones. Y les enseñé tugurios en quintas y pasajes con un solo caño de agua corriente para veinte o treinta o cuarenta familias, donde el cielo permanecía velado por la ropa colgada a secar, y donde había inevitablemente al fondo un santo o una santa en una vitrina. (Había tantos santos que no pasaba un día sin una procesión, que, envuelta por el humo de sahumerios y los aullidos de beatas y ebrios y tubas y trombones, obstaculizaba el tráfico con su lento y apesadumbrado transcurrir. De hecho nos tropezamos con varias. Y cada vez, para mi sorpresa, Carol y Guus, mis adorables huéspedes, gritaban: «¡Una procesión! ¡Una procesión!» Y yo callaba, sombría. Hacía tiempo que había dejado de atraerme este tipo de manifestaciones «religioso-populares», que me parecían ya sólo un signo de confusión, propia de una sociedad lamentablemente arcaica.) Y fuimos también al Mercado Central y nos perdimos en él, muda y pálida la pareja, irritada por el infernal vocerío, los olores indefinibles y los empujones de todos los lados, seguramente cada uno preguntándose para sí, de dónde saldría tanta gente. Los miles de miles de vendedores ambulantes. ¿Cómo podían sobrevivir, vendiendo en un mismo espacio y todos a la vez exactamente las mismas baratijas? Y fui rigurosa y les enseñé la basura amontonada en las esquinas y los aniegos y el pavimento escarificado y las paredes meadas y los huecos traicioneros en las veredas y esos rectángulos desérticos que llaman “parques”. Y les señalé los muros a lo largo de los cuales nos llevó nuestro recorrido. Kilómetros de kilómetros de muros que encerraban cuarteles y bases militares, colegios, orfelinatos y correccionales, fábricas, campos deportivos, clubes y terrenos privados provistos de torres de vigilancia, sacos de arena e inscripciones pseudo-pedagógicas o directamente amenazantes, cuando no pintarrajeados por generaciones de fanáticos de cualquier cosa. Y no dejé de apuntar a los árboles que milagrosamente permanecían en pie, los árboles raquíticos, los árboles maltratados, los árboles mutilados, que alzaban sus muñones al cielo sordo, ya sin saber cómo retorcerse. Y desde luego que también los llevé a los sectores de las clases pudientes, que se concentran en los distritos de Miraflores y San Isidro. También aquí, todo en crecimiento, todo en deterioro, dependiendo del cristal con el que se mirara. Sobre los escombros de venerables casas de familia se erigían, en tiempos récord, edificios de departamentos de un lujo chato y barato, característico del gusto o de la falta de gusto de nuevos ricos y narcotraficantes. Todas esas torres de babel de acero y cristal, esas casas de seguros, bancos, casinos y hoteles cinco estrellas, diseñados para un futuro boom económico, en el que sólo creían los optimistas de acero inoxidable, como Piggy Cayetano o Mimi de Souza. Y les mostré el complejo de Larcomar, incrustado como una necrópolis en el acantilado, representando, según el credo de sus promotores, “el más avanzado concepto de diversión y entretenimiento de Latinoamérica”. También les mostré una doble hilera de gigantescas columnas de concreto, coronadas de pértigas, remanentes de un nunca realizado proyecto para un tren eléctrico y, hoy por hoy, monumento al absurdo y a la ineficacia. Y les llamé la atención sobre una serie de colinas de barro repartidas por toda la ciudad y cercadas malamente por el Instituto Nacional de Cultura: Las huacas, que vienen a ser ruinas dentro de la Gran Ruina. Y para cerrar la gira con broche de oro, los conduje por la Av. Costanera, desde la Herradura hasta La Punta, y a un paseo por los malecones, para que consideraran a sus anchas la extraordinaria y desaprovechada relación de ciudad y mar. Llegar al borde del acantilado donde ya no se veía más que mar. ¡Mar, mar, mar! Desde aquí hasta Tahití, nada más que mar. Claro, ya después, bajando a la playa, de nuevo la caca y todo lo demás. Y les fui mostrando todo eso y les decía: «¡Miren eso! ¡Qué barbaridad!» o «¡Vean aquello! ¿No es un crimen?» Y Guus, mi cuñado, me preguntó, él, que era un holandés por los cuatro costados y recuperado al fin de su estupor, me preguntó a bocajarro: «¿Por qué vives aquí?ç Estaba desconcertado. Y yo también estaba desconcertada.