sábado, abril 28, 2007

A la muerte de un pelícano


No escribiré ningún homenaje ni mucho menos una necrología en memoria de José Watanabe, muerto hace 2 días. Nunca lo conocí personalmente. Pero sus poemas producen en mí una resonancia extraordinaria. ¡Qué manera de encontrar la palabra precisa, la palabra evocadora, la que que no necesita de más palabras! Un escollo y remanso entre tanto poetastro parlanchín.

Aquí un poema de mis favoritos que da el título a su penúltima publicación. (Y que, ahora que lo leo de nuevo, parece ser la metáfora exacta de la muerte del poeta.)

La Piedra Alada

El pelícano, herido, se alejó del mar
y se vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañs, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, el más bella,
pero no hacerla volar.

Para quienes les interesa, encontrarán extensa información en el blog de Gustavo Faverón .

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