lunes, julio 02, 2007

Fin de este blog y comienzo de otro



"Me mudé", como dicen también en el ciberespacio. Lo cual obviamente sólo puede ser un chiste. Pero bien, abandono este blog por sentirlo sobrecargado y empezaré a sobrecargar otro que sólo se encuentra a un click de tu mous.

lunes, junio 25, 2007

somos iguales



En muchos hostales turísticos, restaurantes campestres y centros recreativos a lo largo y ancho del Perú se exponen en miserables jaulas animales exóticos, sobre todo loros y monos. Estos últimos suelen ser los más desgraciados de todos. Nada más ajeno al mono que verse privado de ir de rama en rama; arrebatado de toda posibilidad des escape; tomado prisionero y puesto a pan y camote; encerrado y expuesto a a la conmiseración, burla y crueldad del género humano.
En el Hostal El Farol de Casma no faltaban las jaulas. Tres estallaban con las vocecillas de canarios y loritos australianos. La cuarta, con dos monitos capuchinos, estaba a la sombra eterna de un árbol de mango, ensombrecida en todo sentido. En la jaula había un cartel que decía: "¡Monos muerden!". A penas se les acercaba un humano, los monitos empezaban a saltar frenéticamente, en sucesiones vertiginosas, de una reja a otra, mostraban sus dientes, hacían muecas que podían expresar cualquier cosa entre la desesperación y la infinita tristeza y lanzaban chillidos de enloquecidos. El pellejo relucía como lagunas opacas a través de su piel de color indefinido. Sus dientes eran amarillos por falta de alimentación adecuada...Pues, quiere la historia que a estos monitos les llevaba varias veces al día plátano o papaya y ellos fueron tomándome confianza y se relajaban un poco. Y hasta me pareció reconocer en sus muecas expresiones de agradecimiento. Me pasaba un rato con ellos, les hablaba bonito, etc. Pero, la verdad, la infinita tristeza aquella con la que estaba impregnada el ambiente, o mejor, que exsudaba cada elemento de esta infeliz constelación, las pringosas y ennegrecidas tablas del piso, cada sucio alambre de su prisión me hacía la estancia dolorosa. Sólo el último día me sobrepuse a la inhibición de tomarles fotos. Me encontré con tres niños, tres hermanos, haciendo capriolas delante de la jaula. Los fotografié también a ellos. Sólo después, al revisar las fotos en el visualizador de la cámara, me di cuenta de la increíble semejanza que había entre la expresión de uno de los monitos y la más pequeña de los niños.

martes, junio 19, 2007

Una estadia accidental en Casma

Después de haber recorrido casi 4000 kms -véase también los 6 posts dedicados al bosque seco en mi otro blog (link al costado)- ya camino a Lima, frente a Playa Grande, entre Casma y Culebras, cuando pasábamos un trailer, reventó el motor. El acelerador se hundió y empezó a salir humo por el escape y el capót. Y a mi compañero y gestor de toda esta gira no le quedó más que desviarse con una maniobra de último recurso frente a la nariz del trailer y enarenarse en el desierto. El motor estaba muerto. Para colmo, no teníamos señal en el celular.



Hicimos señas en el borde de la Panamericana donde buses, camionetas y camiones pasaban a toda velocidad, sin detenerse. Habría pasado una hora, durante la cual cada uno luchaba ensimismado con sus más sombríos pensamientos, cuando paró una de esas camionetas plateadas super fichas. El chofer era un señor que, como averigüamos después, era un ingeniero agrónomo que se dedicaba a cultivar alcachofas de manera industrial -es decir, un representante de la novísima agro-industria aplicada en la costa, en pleno desierto y contra la cual hemos hablado tantas veces tan mal, echándole la culpa por una serie de crímenes ecológicos. Es más, el señor, quien con toda calma y amabilidad se dispuso a ayudarnos, tenía un llamativo parecido con Vladimiro Montesinos. Estaba, por lo demás, acompañado por dos damas. Una era su esposa, la otra una amiga de ésta. Venían de Arequipa y estaban viajando a Trujillo. Ni cortas ni perezosas, las dos mujeres bajaron de su cómodo asiento, se quitaron los zapatos de taco y ayudaron a escarbar la arena y a empujar el carro. (En la emoción y el trajín me olvidé de tomarles fotos.) Fue toda una operación que duró cerca de una hora. Finalmente el ingeniero salva vidas nos remolcó los casi 40 km de vuelta a Casma y no dejó frente a uno de esos talleres negros y grasientos a la entrada del pueblo. Allí pasaríamos casi la totalidad de los siguientes dos días, soplándonos los gritos exaltados de un predicador argentino por la radio, conversando con el jefe mecánico y sus asistentes y tratando de amistarnos con los gansos que merodeaban por el suelo encharcado.







El diagnóstico fue esperado, pero no por ello menos desalentador: reparación total o motor nuevo. Reparación total era la opción menos costosa (de todas maneras sería lo que aquí llamamos "un huevo de plata"), pero iba a tomar por lo menos una semana. De modo que no tuvimos más remedio que ir a buscar un propietario de camión que pudiera llevar la camioneta inútil hasta Lima. Fue una manera interesante de conocer un poco de este pueblo simpático, donde todos, a los que les pedimos consejo o ayuda, estuvieron espontáneamente dispuestos a ayudarnos y acompañarnos. Uno de nuestros más fieles acompañantes fue Braulio, el mototaxista.



Braulio nos llevó muchas veces del taller al hotel y de vuelta al taller, y por un laberíntico recorrido por los suburbios, en búsqueda de un ominoso desconocido que, quería la casualidad, estaba vendiendo un motor igualito al nuestro. (Cuando finalmente lo encontramos, nos reveló que ya lo había veendido.) La cabina de pasajeros de su mototaxi estaba totalmente forrada con un plástico polvoriento y rayado y esta fue más o menos la vista que teníamos:





Para cerrar su servicio con broche de oro, Braulio remolcó la pesada camioneta con su pobre mototaxi hasta el estacionamiento del hotel. Para ello tuvimos que cruzar todo el pueblo y fuimos el hazmerír de los transeúntes.



Pasamos tres noches en Casma, en el tranquilo y agradable Hostal El Farol, con una iguana en la piscina.













A continuación, una serie de fotos de nuestros inciertos tumbos por la ciudad que nos llevaron a inesperados encuentros.











Chulucanas

Camino a Chulucanas visitamos un proyecto de reforestación para la capturación de carbono. Era un día extrañamente nublado, como si en cualquier momento empezaría a llover. Almorzamos en un restaurante de carretera en el desvío al pueblo (plato típico: cecina) y yo me encargué de darle los restos a una perrita famélica. Luego visitamos un ceramista, uno de los menos huachafos, que tenía su taller un tanto apartado del centro. Su taller era una comidilla para la fotógrafa.




Fruto del sapote












































Si no me equivoco, este es un halcón peregrino

jueves, junio 14, 2007

Chutuque (Sechura)

Como en este extenso viaje por el norte había estado principalmente ocupada con filmar un viedo para el proyecto, las fotos son más bien testimonio de "behind the scenes", tomadas eclécticamente, cuando iba al baño, por ejemplo, o me apartaba para fumar un cigarrito, o velozmente, entre dos actos. Por lo tanto no aspiro con ellas a documentar un sitio, sino más bien transmitir el feeling, el color, los encuentros furtivos con gentes y animales de estos lugares. Lo que sigue son imágenes de la zona de Chutuque, al sur de Piura, en el desierto de Sechura. Es decir, desde el fenómeno del El Niño de 1998 es un desierto poblado de árboles, con varios restos de enormes lagunas. En este caso, la laguna Ramona.


A propósito, "chutuque" es el nombre de un pájaro muy común en el norte, más conocido como "chilalo", y que también da nombre a un caserío y a una marca de algarrobina.